Escrito por:
jpcasermeiro el 24 Feb 2011 -
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El 17 de diciembre de 2010 Mohamed Bouaziz, un joven desempleado de 26 años, se inmoló frente al ayuntamiento del pueblo de Sidi Bouzid.
Lo hizo después de que la policía le confiscara su puesto ambulante de frutas y verduras por carecer del permiso necesario. Bouaziz murió en el hospital el pasado 6 de enero.
El joven Bouaziz encaró un grave problema tomando una determinada y peculiar opción por la justicia. Debido a su estado de desesperación, no fue la idónea, pero efectivamente consiguió su finalidad reivindicativa.
La singular opción de este joven despertó cientos de miles de conciencias adormecidas. Unas, aprehendidas por el miedo; otras, agazapadas por la conveniencia; otras, sumidas en el conformismo de la desesperanza,… pero casi todas, parapetadas tras la barrera de alguna miseria esperando una oportunidad.
Esta opción se concretó en una decisión cuyo impulso motor no residió en la capacidad intelectual del sujeto, ni en sus posibles dotes sociales, ni en su improbable influencia política, ni tampoco en su currículum profesional, ni nivel cultural, ni educación,...
La chispa desencadenante de toda esta enorme convulsión del panorama islamista mundial no ha sido más que un simple ejercicio puro de voluntad. Seguramente nada hubiera ocurrido tal como lo conocemos ahora si este joven no hubiera ejercido esta “determinada determinación”.
La voluntad, al margen de los innumerables condicionamientos que pueda sufrir, es el timón que rige la vida de cada persona, la que orienta nuestro rumbo; junto con el entendimiento, es quien elige cada opción que se nos presenta en la vida
. Con ella seleccionamos lo que creemos nos proporcionará felicidad, el camino para conseguirlo, las metas parciales necesarias, sus obligaciones y compromisos, y finalmente, es en ella con la que se ejerce la firmeza y perseverancia en el ejercicio de los esfuerzos y sacrificios imperados.
Es la que nos convierte en los únicos seres responsables del universo que conocemos. Y eso tan sólo en el plano material, psíquico o fenomenológico, como queramos llamarlo.
En el plano trascendente, su vinculación con lo que se conoce espíritu o alma es más que evidente. Posiblemente se pueda entender a la voluntad como aquello que nos conforma como imagen y semejanza de Dios.
Todas las decisiones que ejerce la voluntad están impregnadas de un criterio moral -proporcionado por el entendimiento- que nos orienta hacia el bien o hacia el mal.
Nuestra voluntad es la que acepta a Dios y también la que le niega; es la que ama y la que odia; es la que apunta hacia el ego y la que apunta hacia el prójimo; la que acepta vivir y la que acepta morir.
Se nos puede desapropiar de todo: de los bienes, de la familia, de la libertad física, de la inteligencia, de la alegría, hasta de la misma salud. Pero lo único que no puede ser desgarrado de nosotros mismos es la propia voluntad. Siempre podremos elegir algo.
Bouazid fue objeto de un expolio integral, tanto en su vida como en su persona. No le dejaron nada en propiedad, ni siquiera los pilares básicos de su estructura psicológica. Por ello recurrió decididamente, impulsado por una desesperanza que le pudo, a lo único que le quedaba.
Su trágica decisión despertó del letargo las numerosas voluntades adormecidas de su pueblo. El despertar de estas conciencias contagió a las conciencias del país vecino, y así el contagio se extendió sucesivamente, como una plaga.
Se ha iniciado de esta manera un nuevo capítulo de la historia de la humanidad, esta vez de esperanza. Y ya iba siendo hora. Seguramente no haya existido jamás decisión de vendedor ambulante de frutas más relevante en la historia de la humanidad.
Ahora no sé si me quedarán ganas de quejarme de tantas cosas, y de tanta gente. Un simple vendedor ambulante, sin grandes dotes intelectuales conocidas, nos ha hablado demostrándonos que la lamentación es inútil, y que la decisión es lo único que mueve al cambio.
Lo que conozco de él me invita a sustituir el esfuerzo en lamentaciones, por el digno ejercicio de recoger mi cómodo puesto ambulante y dirigirme valientemente a las puertas de mis problemas e inquietudes.
Una sola decisión -de la persona más remota, del pueblo más remoto, de la zona más remota del planeta- ha hecho tambalear gobiernos y estructuras sociales sólidamente implantadas.
Ya no tengo tan claro que mis problemas se resolverán desde la contemplación de los mismos, ni que los problemas de los demás ayudaré a solventarlos criticando, o que las injusticias de nuestra sociedad se acabarán visionando telediarios o leyendo blogs.