‘Occupy Wall Street’ reinventa el sueño americano
La historia de los EEUU ha ensalzado siempre a sus grandes y ricos triunfadores como Steve Jobs o Bill Gatesconvirtiéndolos en modelos de comportamiento. Pero ahora 'Occupy Wall Street' amenaza con romper este ancestral paradigma
Durante casi toda nuestra historia como país, los estadounidenses han compartido uncontrato social.
Más o menos algo así:
Una de las características culturales que hacen grandes a EEUU es el hecho de queengrandecemos a quienes tienen éxito en nuestra sociedad. Vemos a gente como Bill Gates y Steve Jobs y nos decimos “Si trabajo lo suficiente, puedo ser como ellos”.
Así que nos miramos cada mañana en el espejo y nos preguntamos “¿Cómo me va? ¿Estoy trabajando lo suficiente? ¿Tengo la educación necesaria, las habilidades y el talento para tener éxito en este país?”
Siguiendo esta máxima, no recriminamos a los ricos por sus éxitos, porque sabemos que han trabajado duro y tienen lo que se merecen.
Todo lo contrario; transformamos esos impulsos en autosuperación. Convertimos estos éxitos u otros en modelos de comportamiento. No dirigimos nuestras frustraciones personales y hostilidades hacia otros.
Esta realidad cultural en EEUU, la creencia compartida de que el trabajo duro lleva al éxito económico, ha ayudado a promover la estabilidad política y a impulsar el crecimiento económico durante décadas.
Esta idea ha ayudado a que estadounidenses que trabajan duro se hayan hecho ricos, sea cual sea su origen, y quizás esa sea la contribución económica más importante de EEUU a la sociedad humana.
La clave de todo esto, por supuesto, es que el sistema tiene que ser justo. Las reglas del juego se tienen que aplicar a todos.
Y aquí es donde empieza el problema.
El movimiento 'Occupy Wall Street' se está rebelando contra del cambio de este viejo contrato social no escrito.
Los manifestantes que están aumentando a lo largo de todo el país exigen un cambio. Se rebelan frente a lo que se ha convertido (a ojos de demasiados estadounidenses) en un juego amañado.
Una mirada a las muchas pancartas de protesta que se pueden ver estos días lo deja claro.
En resumen, el contrato social en EEUU se ha roto. El nexo que ha sostenido con éxito tanta diversidad, tantos sueños dispares, durante tanto tiempo, se está deshaciendo.
Este es el mensaje implícito detrás del movimiento 'Occupy Wall Street', enNueva York, Boston, Oakland, Portland y todas las ciudades descontentas de EEUU. Su eco se puede oír alrededor de todo el mundo, desde la plaza Tahrir hasta Londres, Tokioy cualquier otro lugar en donde la desigualdad económica está mostrando su cara amarga.
Este es el argumento que tanta gente está intentando denunciar en tantos lugaresdiferentes.
Entender las raíces del problema es vital para poder analizarlo y encontrar una posible solución.
Lamentablemente, el 99 por ciento y el 1 por ciento parecen estar separados por miles de kilómetros, y esto es algo que se ve con claridad en estos momentos en EEUU.
Antes de este momento caótico en nuestra historia, la mayoría de los estadounidenses podían transformar sus frustraciones personales en energía productiva. Podían trabajar más duro. Podían concebir, planificar y soñar con riquezas. Y, dios bendiga a EEUU, millones de personas lo lograron.
Pero este contrato social sólo funciona si hay una esperanza razonable en que esa energía humana pueda producir resultados. En otras palabras, eso sólo funciona si la justicia es la norma.
Este es también el razonamiento que solía defender el economista y premio Nobel Milton Friedman, el gran defensor de los mercados libres.
Según Friedman, siempre que se mantengan dentro de los límites de las reglas del juego, losnegocios son el mejor mecanismo para generar armonía social.
Pero según la mayor parte de los manifestantes de 'Occupy Wall Street', este es precisamente el problema: el sistema estadounidense ha dejado de ser libre o justo (ganan los banqueros).
Las reglas del juego ya no aplican igualmente para todos (los más poderosos contratan a grupos de presión para que redacten las leyes). El papel de arbitraje del Gobierno es inexistente (Washington D.C. está repleto de ex directivos de Goldman Sachs que rescatan a bancos en lugar de ayudar a la “gente corriente”).
Por supuesto, Friedman fue el primero en sostener (con gran eficacia) que menos gobierno es mejor. Un gobierno más pequeño y más eficiente es mejor para la economía, mejor para las personas y para la sociedad. Cualquiera que haya tenido que hacer una cola de horas para conseguir un carné de conducir o cualquier otro papel gubernamental puede confirmarlo.
Pero el gobierno tiene que desempeñar un papel, aunque sea uno limitado, que permita recuperar una sensación de equidad en la realidad estadounidense.
Los ataques virulentos contra el gobierno sólo crean más división. La denigración de la minoría acaudalada no es la respuesta a los crecientes problemas de desigualdad en este país. El triunfalismo de los ganadores de una sociedad genera la antipatía del resto.
Sumada, esta mezcla tóxica de indignación, frustración y creciente desdén de todas las partes amenaza todo lo que EEUU (el motor económico más exitoso que jamás haya producido el mundo) representó alguna vez.
fuente LAINFORMACION.COM