Revolución
«Salvando todas las distancias imaginables, Islandia representa hoy la Bastilla europea»
30.04.11 - 02:03 -
L a medicina antigua interpretaba las crisis como el momento en que las enfermedades revelaban su verdad. Lo mismo sucede con las revoluciones modernas, que repentina e inesperadamente iluminan la época y dejan ver lo que, bajo la superficie de los hechos, impone la historia con su metrónomo mortal.
Las revoluciones siempre se han asociado con el progreso, aunque sólo sea por la ilusión que causan los cambios decisivos y frenéticos cuando parecen determinados por la voluntad. Sin embargo, el progreso es muy difícil de predecir.
Nunca sabemos si el camino elegido nos lleva hacia delante o hacia atrás. Kant consideraba imposible resolver el enigma de la dirección revolucionaria desde la simple experiencia, salvo en lo que atañía a un signo concreto, a la disposición moral que deducía del entusiasmo con que participaban, no tanto los protagonistas directos de la revolución, sino los espectadores del acontecimiento.
El ángulo con que Kant observa la revolución francesa puede parecernos hoy demasiado cómodo y pasivo, o sospechosamente acomodaticio y burgués, pero él entendía que ese sentido entusiasmo nacía siempre del 'ideal', de lo moral puro, del derecho que no está contaminado por el egoísmo y el interés.
Pues bien, si nos dejamos guiar por este punto de vista, aunque sea brevemente, es fácil que podamos sentir sorpresa y congratulación ante las recientes revueltas que han estallado en los países árabes, pero, en el fondo, nos parece que se trata de algo que ya hemos vivido, pues los nuevos rebeldes no hacen más que imitar el modelo occidental, aunque lo hagan a su modo y hasta donde puedan llegar.
Sin embargo, entusiasmo, lo que se dice entusiasmo kantiano, lo sentimos ante la revolución que se cuece en un pequeño país volcánico, de poco más de trescientos mil habitantes, donde los ciudadanos se han negado a pagar la deuda a los financieros que les habían robado.
Porque no solamente les prestaron lo que tenían de capital, que es la usura oficial que todos aceptamos para salvar el sistema, sino que les habían fiado también lo que no tenían, la nada, y ahora querían que se la devolviesen bien surtida y rellenada.
Salvando todas las distancias imaginables, Islandia representa hoy la Bastilla europea.
La idea de que el pueblo diga basta y descalabre el Banco Mundial, reduzca a cenizas el Fondo Monetario Internacional, se plante a la puerta de los bancos y no ceje hasta que los Mercados confiesen sus trampas, entreguen a sus dirigentes y se sometan obligatoriamente al control de los ciudadanos, es algo ardiente y apoteósico, un sueño que nos permitiría volver a creer en nuestra condición de hombres libres, dignos y dueños de su destino.
Puede que luego nos planteáramos, como Kant, que quizá la revolución provocaría tanta miseria y crueldad que ningún hombre honrado se decidiría jamás a repetir el experimento aunque le garantizaran el éxito.
¡Pero que nos quiten lo 'bailao'!