Precios, salarios, políticos y corrupción
Precios, salarios, políticos y corrupción
La ciencia de la economía es una ciencia social pues intenta describir el comportamiento humano ante la repartición de los bienes económicos. Aunque el sentido común nos dicte que ese comportamiento debería ser racional, no hay que olvidar que la racionalidad es algo que varía en función de las circunstancias personales de cada uno.
Una de las leyes económicas más conocidas es la de equilibrio entre la oferta y la demanda. Sí hay poca oferta de carne de vacuno, esta sube de precio hasta que suficiente gente prefiere comer carne de pollo y se equilibra la demanda.
Este mecanismo ajusta de forma automática los precios de una forma más o menos racional cuando la oferta y la demanda son “normales”, pero en casos extremos la racionalidad se deforma. Durante la postguerra española muchos se vieron obligados a comer peladuras de patatas. Por el contrario, en la actualidad cuanta comida se tira a la basura.
También poniendo ejemplos menos extremos podemos encontrar comportamientos de racionalidad algo peculiar. Hay artículos que son muy prescindibles, no tienen ningún tipo de restricción a la producción y encima hay relativamente poca demanda de ellos y sin embargo los márgenes con los que se venden son bastante altos.
Un ejemplo pueden ser los chicles. Cuando uno compra chicles no le sale a cuenta comparar muchos precios, ya que son económicos y no es una parte importante del presupuesto. Así que los compramos cuando casualmente los tenemos a mano y el precio es algo secundario.
Los fabricantes lo saben y lo que intentan es aumentar al máximo su visibilidad en los sitios claves y para ello ofrecen buenos márgenes a los comerciantes.
Hay otros artículos en los que no queremos ahorrar demasiado. Al comprar una sillita de bebé para el coche, ¿escogéis la más barata?
Probablemente, no. Vuestro bebé es algo demasiado valioso como para arriesgarse que la silla no sea suficientemente buena.
¿Y como sabes lo buena que es una sillita? El precio nos parece un buen indicativo. Sin embargo quizás no estamos dispuestos a hacer el mismo esfuerzo económico para poner unos neumáticos mejores en nuestro coche que le proporcione un plus de seguridad. Pero esto ya es un tema de saber apreciar correctamente los riesgos.
A lo que yo quería llegar es que a parte de la oferta y la demanda es muy importante la motivación que hay por ambas partes a la hora de fijar los precios. Y con los salarios pasa algo similar.
Pongamos una empresa en el que su principal gasto es la mano de obra y en la que hay una gran cantidad de trabajadores con funciones equiparables o intercambiables. Un ejemplo sería una consultoría informática. En este caso la empresa tiene una gran “motivación” para mantener los salarios bajos pues su repercusión en los beneficios es muy grande.
Por el contrario, en una empresa donde el coste de la mano de obra sea proporcionalmente menor y en el que tengan un departamento informático más reducido es más probable conseguir un mejor sueldo ya que el impacto sobre el total de los beneficios es menor.
Por ejemplo, una empresa “de alta tecnología” como Indra, tiene un volumen de negocio de 2.500 M€, unos gastos de personal de 1.000 M€ y una plantilla total de 27.300 empleados. Esto supone un coste por empleado de unos 37.000 €, contando sueldo y cotizaciones.
En comparación, el Banco Popular, tiene un volumen de negocio de 4.100 M€, unos gastos de personal de 784 M€ y una plantilla de 14.300 empleados. El coste medio por empleado es de 54.800 €.
O el Banco Santander, con un volumen de negocio de 29.971 M€, unos gastos de personal de 16.255 M€ y una plantilla de 172.909 empleados. El coste medio por empleado es de 94.000 €.
En definitiva, si queréis tener sueldos atractivos debéis buscar compañías en las que las ventas por empleado sean lo más altas posibles.
También los exorbitantes sueldos de los grandes directivos tienen la misma explicación. Dado que el número de grandes directivos son pocos, cuanto mayor es la compañía, menor es la incidencia de sus sueldos en el resultado. Además, cuantos más accionistas hay, menos motivados están estos en limitar esos sueldos, pues la cantidad por accionista que suponen es muy poco importante, y dado que al final la cúpula directiva se establece sus propios sueldos, resulta casi inevitable que estos vayan creciendo sin demasiado control.
Si analizamos la administración pública como empresa vemos que es altamente intensiva en mano de obra. Eso provoca que los sueldos de los funcionarios no se puedan disparar descontroladamente a pesar que las motivaciones económicas puedan ser más laxas que en la empresa privada. La principal razón de eso es que al negociarse los sueldos de forma más o menos conjunta para todo el funcionariado, grandes aumentos supondrían grandes menoscabos en los presupuestos, a lo que cualquier responsable político intentará resistirse en alguna medida.
El problema viene cuando algunos grupos reducidos pueden negociar de forma independiente sus retribuciones. En función de su capacidad de presión pueden conseguir más fácilmente aumentos salariales debido a su menor repercusión relativa en los gastos totales de la administración. Estos casos se pueden dar en esos engendros que llamamos empresas público-privadas. Un caso paradigmático fue el de Aena y los controladores. Pero si buscamos entre los centenares de empresas de este tipo creadas por la administración central, las autonómicas, ayuntamientos y diputaciones podemos encontrar perlas como esta:
Los funcionarios del ayuntamiento de Sevilla tienen en su convenio colectivo el siguiente derecho reconocido:
“El Ayuntamiento siempre que sea posible concederá una caseta de Feria para sus trabajadores. Todos los gastos, costes, tasas y contribuciones que se deriven de la puesta en funcionamiento de ésta serán sufragados por los trabajadores.”
En comparación, en noviembre de 2008, con la que estaba cayendo, el mismo ayuntamiento de Sevilla firma el convenio colectivo de la empresa municipal Emvisesa en la que se les reconoce lo siguiente:
“Emvisesa consignará en sus Presupuestos de funcionamiento interno, el importe de los gastos correspondientes a la caseta de Feria. Dicho importe será igual al del año anterior, incrementado con el IPC. La caseta se dedicará a uso y disfrute de los trabajadores de Emvisesa.”
Resulta paradójico que la creación de empresas público-privadas cuya justificación era la de evitar las rigideces del sistema funcionarial, lo que acaba provocando en muchos casos es que se flexibilicen los desmadres presupuestarios. Acabaremos descubriendo que el funcionariado es el menos malo de los sistemas de administración.
Y a todo esto nos escandalizamos puerilmente por los sueldos de unos políticos que son a todas luces bastante reducidos en función de la responsabilidad que asumen. Cuando es suficiente que el presidente del gobierno meta la pata en una declaración pública para que nos suban el tipo de interés de la deuda pública y esto nos puede costar varios millones de euros durante varios años, resulta evidente que deberíamos ofrecer un mejor sueldo para ese cargo y atraer a gente con más talento.
Por el contrario deberíamos ser altamente intolerantes con la incompetencia, la indolencia y los trapicheos. Y no se trata de si el valor de unos trajes es poco significativo, se trata de la catadura moral del que va a administrar nuestro dinero. Tampoco se trata de si el responsable político sabía o no sabía que se estaban concediendo EREs de forma fraudulenta, el solo hecho que no se hubiera promovido mecanismos de control y prevención de este tipo de actuaciones ya delata la falta de competencia para ejercer un cargo público.
Lo dicho, deberíamos ser más generosos en los sueldos a los políticos, que es algo que se puede controlar fácilmente, y ser enormemente quisquillosos en cualquier atisbo de mala administración, que es algo muy difícil de fiscalizar completamente. Se trata, en definitiva, de promover las motivaciones correctas a aquellos que nos han de administrar.