Obama sin Laden o la penúltima resurrección del terror

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Obama sin Laden o la penúltima resurrección del terror
¡Qué bien le viene al ya viejo y decaído imperio la noticia! ¡Con que alegría suben las bolsas del mundo!
Opinión – 06/05/2011 8:01 – Autor: Hashim Cabrera – Fuente: Webislam
Hashim Cabrera (Foto: Bruno Rascao)
Hashim Cabrera (Foto: Bruno Rascao)

Siempre que un determinado poder necesita usar de la mentira y del engaño de manera ostensible nos está mostrando, aún sin quererlo, sus debilidades más inconfesables, reconociendo su incapacidad para asumir la realidad de los aconteceres, la dinámica de la naturaleza y de la historia.

Quizás por eso, cuando me enteré de que Obama había anunciado triunfalmente la muerte de Bin Laden, sentí que estaba asistiendo a uno de esos escasos momentos que nos revelan claramente los entresijos de la eterna conspiración de las élites.

La mejor de las mentiras es aquella que, como dijo Gobineau, mezcla lo falso y lo verdadero en un todo indiferenciable. Esa ha sido siempre la estrategia de la propaganda imperial.

Ese fue también el procedimiento usado en la narración del 11-s, del 11-m, del 7-j, de todas esas cifras malignas que han ido satanizando la vida cotidiana del mundo, a lo largo de este incipiente milenio, aún muy corto pero intenso, que, como toda era que comienza, nace repleto de interrogantes.

Esa es también la doctrina que relega a la categoría de “seguidores de la Teoría de la Conspiración” a todos aquellos que no aceptan el guión de la oficina oval.

Cuando ya nadie se acordaba de Bin Laden, cuando ya el pretexto del ‘terror islamista’ estaba siendo diluido por la intensa marea de la globalización y las revueltas populares, aparece el ínclito Barack Obama regalando a su pueblo, en esta aldea que quiere ser global aún siendo diversa, el trofeo que puede devolverle por un instante la dignidad y la autoestima perdidas durante décadas de terror y de arrogancia imperialistas.

Un trofeo nefasto, manchado de sangre, un caramelo envenenado que resulta al parecer el más adecuado para un pueblo que es mantenido en la más profunda alienación, en una alienante american way of life dehot dogs y cow boys.

He sentido una enorme tristeza porque, ¡ay, ingenuo de mí!, durante un tiempo pensé que la nueva estrategia pasaba ahora necesariamente por la democracia y los derechos humanos, por la misión civilizatoria —aunque fuese de manera forzada, por exigencias del guión— tras el duro y sangriento periodo neocon que dejó tras de sí un rastro infinito de guerras y cadáveres, de sospechas, torturas y odios irreconciliables.

Y además, sabiendo como muchos ya saben, que Al Qaeda y Bin Laden fueron un producto de su laboratorio, un fruto del orientalismo norteamericano tardío, hijos naturales al fin y al cabo de la Central de Inteligencia, esta nueva estrategia resulta aún más repulsiva y triste.

¡Qué bien le viene al ya viejo y decaído imperio la noticia! ¡Con que alegría suben las bolsas del mundo! ¡Cómo recibe Obama su baño de multitudes y es alabado por este su asesinato legal, avalado por el redivivo sentimiento nacional de su propio pueblo, un pueblo primario que sólo así, mediante un sacrificio humano, sangriento y calculado, puede recobrar su maltrecha autoestima!

Cuando ya nadie hablaba de Bin Laden era necesario resucitarlo, aunque sólo fuese para declarar su muerte a manos de una justicia global que prefiere estar por encima de las leyes y ser aplicada como la aplican aquellos a quienes se supone estar combatiendo.

¿Qué diferencia hay, ahora, entre esas ejecuciones sumarias filmadas en videos de mala calidad, esas decapitaciones truculentas en nombre de las luchas antiimperialistas, y este otro asesinato selectivo que llevaba siendo planeado más de diez años? ¿Dónde queda, una vez más, la línea entre la barbarie y la civilización?

El evento tiene un gran valor geoestratégico. El momento ha sido, con toda seguridad, meticulosamente determinado, al segundo, pero la localización del blanco de todas las búsquedas se ha logrado mediante la tortura, según reconoce la propia Administración.

Los detalles de la macabra operación se irán filtrando poco a poco en medio de una expectación ya suficientemente asegurada por las medias verdades y por un cúmulo de interrogantes trabajosamente diseñado.

¿Por qué lo han arrojado al mar? ¿Por qué no muestran el cadáver? Poco a poco irán desgranando las pruebas de su hazaña, aunque una vez más sean pruebas muy bien elaboradas.

Las más burdas —las falsas fotografías que han sido reconocidas ya como tales por todos los grandes medios— han servido para crear expectación y despejar futuras sospechas sobre las ‘imágenes reales’.

Las preguntas que se formulan en los medios nos indican que la estrategia de información/desinformación, una vez producido el evento mediático, se va ajustando ahora sobre la marcha, según las necesidades del guión:

¿Es mejor narrar el asesinato como la muerte de un cobarde que se escondió detrás de una mujer o resulta más conveniente decir que se ha matado a un hombre valiente aunque profundamente malvado? ¿Por qué no lo detuvieron, si estaba desarmado?

Más que una venganza, la muerte de Osama Bin Laden es el acto por el cual el imperio se deshace de la prueba que lo incrimina como responsable de la creación del arteramente denominado “terrorismo islamista”, pues ¿podría soportar elstablishment norteamericano, republicano y demócrata a un tiempo, el testimonio de un Bin Laden en un juicio público, abierto a la inquisición de los medios, aunque estos sean sus monstruosos apéndices propagandísticos?

¿Qué haría el mundo cuando el terrorista mas buscado y odiado de la historia contase ante las cámaras la verdadera trama que ha nutrido y nutre todo el terror contemporáneo?

La escenificación no ha podido ser más convincente: Una esposa y un hijo del terrorista muertos, otra esposa herida en una pierna, doce niños de corta edad maniatados, uno de ellos era una hija de doce años, que es quien ha narrado los detalles del asesinato legal. Imágenes de charcos de sangre y odio empapando la escena de un crimen perfecto, avalado por los defensores de los derechos humanos.

¿Quién puede decir ahora que Osama bin Laden ha muerto, precisamente ahora, cuando el mundo, que ya se había olvidado de él, asiste a su resurrección mediática, una resurrección más que calculada que tiene unos objetivos tan claros y precisos?

Vivimos en un mundo que ha perdido el norte, el oriente del corazón y de la sensatez, el horizonte de la medida de cualquier cosa.

El ser humano de la globalización ya no sabe quién es, qué es la vida, qué sentido tiene su existencia y quizás por ello, ahora las masas norteamericanas celebran sin saberlo su propia derrota, la de una alienación insalvable que quiere hacerse extensiva a todo el planeta mediante la globalización neoliberal, mediante el control de las redes sociales, de esa preciosa información que circula tan caudalosamente por la red.

Pareciera que, con su fiesta en la Zona Cero, los norteamericanos no están sino conmemorando su esclavización definitiva, su rendición final.

Todos los medios de comunicación/propaganda se hacen eco del evento, los diarios digitales e impresos, las grandes cadenas televisivas –¡vivan las caenas!— los discursos de los políticos de cualquier color, todos celebran la buena noticia, el triunfo de la democracia y de los derechos humanos, aunque sea a tiros y aplicando la tortura, como también celebran cada día, secretamente o de forma ostensible, los ‘daños colaterales’ que las campañas militares en curso inflingen por doquier a todos los pueblos de la tierra.

Desaparecen de la escena mediática los otros sucesos inconfesables, las matanzas de civiles en Libia, el sostenimiento de las dictaduras estratégicas, de las viejas monarquías del petróleo, mientras se desplaza el nuevo punto focal hacia Siria, ya casi en Irán, verdadero objetivo geoestratégico para cerrar el juego de la dominación global.

Desaparecen también, como por ensalmo, las noticias sobre una crisis económica que no hace sino ahondar en la desigualdad y en la postración de los más débiles, se sustraen las informaciones paralelas que, a través de la red, nos muestran un sistema y una forma de vida sanguinarios e inmisericordes, a unas élites bañadas en el lujo y en el desinterés por el destino del ser humano y del planeta, confiadas en sus refugios contra el cambio climático y unos eventos cósmicos que se anuncian como inminentes.

Desaparecen de la escena mediática la depredación medioambiental, la destrucción de la diversidad biológica y cutural, las implorantes miradas de los niños hambrientos.

Contemplamos un panorama desolador, si, es verdad, pero estoy convencido de que una barbarie semejante nos está señalando con claridad un límite, una línea de no retorno, una demarcación que muestra el delirio final de quienes creen saber qué está sucediendo en el mundo.

Algunos, esperpénticos, como Alan García, presidente de Perú, que ha llegado a decir que el primer milagro del papa Juan Pablo II, tras su beatificación, ha sido “llevarse del mundo a la encarnación del mal, a la encarnación demoníaca del crimen y del odio dándonos la buena noticia de que quien volaba torres y edificios ya no está con nosotros”, no necesitan comentarios, sobre todo si tenemos en cuenta que la gran machada de Obama está mucho más cerca del terrorismo, del odio y de la venganza que de una justicia verdadera.

Pido a Dios que acabe ya con esta farsa, que cese al fin esta agonía, esta letanía interminable de injusticia, mentira y despropósito.

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